¡Amor al terror!

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¿Qué pensarán los que pregonaban la política del odio ahora que nos asecha la muerte?

No pueden ser más lamentables las malas nuevas cargadas de sangre y de dolor que nos hacen recordar esos odiados días esperpentos que desfiguraban el sentido de la vida, en donde el  dolor, el miedo y la zozobra era el habitual alimento de cada día, esos días en donde reprochábamos a Dios por nuestro lúgubre destino, y en donde se ponía en entre dicho su existencia por aquel “abandono”  a sus hijos, esos seres hechos a su imagen y semejanza, y por quienes a su sagrado hijo sacrificó -inmolado hijo que vino a profesar la política del amor a su prójimo-. Aunque lo anterior extrañamente es lo que menos profesamos, o si lo hacemos es de labios para fuera, mas nunca afecta esos deseos desde el alma.

He observado que nuestra extravagante sociedad es capaz de persignarse y alabar al “Señor” para celebrar la muerte y la desgracia ajena, así viene sucediendo con esas rudas y morbosas imágenes de colombianos dados de baja como consecuencia de sus actos repudiables. Es decir, no solo celebramos los natalicios, también le hacemos culto a la muerte, pero no venerando la misma con respeto, sino alabándola como venganza; de ahí el placer de ver interfectos como trofeos de guerra, diciendo mucho de la clase de sociedad que somos.

 

¿Por qué no reniegan por las atrocidades que estamos volviendo a vivir los colombianos? ¿Le tendremos amor al terror y a la muerte?

¿Qué pensarán los que pregonaban la política del odio ahora que nos asecha la muerte? Pues “regarde ça” (míralo), nuevamente las muertes y ataques a los ciudadanos son latentes, hiriendo la democracia, si rechazaban la “falsa e impune paz de Santos”, no entiendo ¿Por qué no reniegan por las atrocidades que estamos volviendo a vivir los colombianos? ¿Le tendremos amor al terror y a la muerte?

El estropeado proceso de paz, que no fue perfecto pero que estaba funcionado, nos había alejado de estas imágenes de muertes fratricidas, habían renacido al menos someramente una esperanza: la reconciliación. Sin embargo, puede que la solución a este derramamiento de sangre no la pare ninguna clase de proceso, pues no existe una fórmula mágica para una sociedad que tiene enfermo su corazón, de pronto solo nos salve el Apocalipsis, pues recuerdo un redentor que en épocas no muy lejanas nos prometió salvarnos de “la hecatombe”; me asalta la duda si ese amor a la pavura es inherente, o, por el contrario, ha sido introducido de manera solapada por algún rufián para su propio beneficio.

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