¡Qué no vuelva el terror!

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Debemos concebir los ciudadanos, que los más difícil de una guerra no es iniciarla sino acabarla, no existen manuales, ni enciclopedias que nos ilustren cómo frenar el derramamiento de sangre...

Increíble la sed de odio y venganza que circula en nuestra sociedad, por ejemplo, la semana pasada concluyó con un extenuante e innecesario debate en el Senado, la discusión sobre las objeciones a la JEP; lo encantador fue divisar a los partidos tradicionales y los alternativos, marchando conjuntamente para reiterar lo que la Corte Constitucional había aprobado, lo que daría lugar a cosa juzgada. Increíblemente el partido de gobierno como malos perdedores, intentaron un sin número de artimañas con lo cual pretendían boicotear el adverso resultado, que evidenciaba la derrota de los enemigos del acuerdo de paz.

Debemos concebir los ciudadanos, que los más difícil de una guerra no es iniciarla sino acabarla, no existen manuales, ni enciclopedias que nos ilustren cómo frenar el derramamiento de sangre; la única alternativa reposa, no sólo en pergaminos sino en las experiencias dolorosas y sufridas por otras naciones, las cuales nos enseñaron con su adverso pasado que han pasado la página del dolor a través de la reconciliación. 

Lo anterior debido a que esas personas entendieron que la forma, menos sana, pero, quizás, más eficaz -de apaciguar el terror sufrido- era a través del perdón; sí, resulta resignante, pero finiquitar un conflicto aniquilando al adversario implicaría aumentar los huérfanos, las viudas, padres y madres que nunca más volverían a vivir ni a sentir esa entusiasta sensación que deviene de besar y abrazar un ser querido. Es decir, el único efecto de segregar más vidas e implementar el sufrimiento, es el rencor.

Pero la posición de los promotores de las objeciones, es entendible, en el sentido que rechacen y se opongan a una posible “impunidad” en la cual pudiese terminar este proceso de justicia transicional; no obstante lo que deben entender lo opositores a la JEP, es que los colombianos y sobre todos los que habitamos la  zona sur del país,  franja desacreditada  y aterrorizada por el conflicto, estamos  hastiados por las ignominias de la guerra, en tanto que si  en su entender, ese es el precio que debemos  pagar para “cesar la horrible noche” y nunca jamás  volver a desfilar en  ringleras de carrozas fúnebres que acorazan  los restos mortales de la violencia: preferimos equivocarnos apoyando la paz, que acertar proclamando  la guerra.

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