Albert Camus (1913-1960) fue un gran escritor, ensayista y filósofo francés del siglo XX. Nobel de Literatura 1957 por obras reconocidas como El hombre rebelde, El extranjero, La Peste y El mito de Sísifo.
Camus considera que el sentido más apremiante de todos los asuntos del espíritu humano es el sentido a la vida. La misma vida que, sin lugar a duda, se convirtió en una cuestión individual– cuestión con menores probabilidades para superar la crisis –, y no social, en la cual cada sujeto ha comprendido su forma de sobrevivir individual en el encierro. Pero, no se puede entender el encierro exclusivamente como la acción de quedarse en casa, en esa mismidad de paredes e ideas, sino, en el habitar de nuestro corazón frente a los condicionamientos de esta “nueva” y pasada vida; a saber, que, todo transcurre siempre pasado.
Lo absurdo en Camus es pensar en un límite, en comprender la finitud, en aceptarla. Un gran número de los individuos viven como si nada pasara, como si la existencia fuera un don otorgado al hombre con la única condición de evadir cualquier tipo de pregunta por la muerte. A pesar de que la muerte nunca construye una experiencia real, siempre permanece ajena, un tema que parece tener más sentido en el otro, y no en nosotros. La decisión sobre cómo vivir es siempre nuestra, por tanto, Camus manifiesta que “El tiempo no se adapta a nosotros. Somos nosotros los que debemos aprender a experimentarlo en toda su plenitud’’.
En algunos escaños de la existencia se suele afirmar que se vive naturalmente, como esa inercia de la piedra del Sísifo, pero en algún momento, en la conciencia se crea la idea de nuestra finitud. La pandemia como conciencia colectiva generó que el hombre se preguntará de una u otra manera, por el sentido de la vida, por su propia finitud. La novela “La Peste”, publicada en 1947, transcurre a mediados del siglo XX por un brote de peste bubónica que afecta la ciudad de Orán, sin embargo, la peste no fue lo principal que causó daño en los habitantes, sino lo que salió a relucir entre los escasos e indudables actos de generosidad, la naturaleza humana, la condición humana, el absurdo de la existencia, el sentido de la vida y el desprecio del otro en su finitud y muerte.
Nuestra vida, a fin de cuentas, se mantiene en relación con el otro. En ese sentido con el coronavirus la muerte parece deambular más que nunca por nuestras vidas, por la casa y la calle, por el aire, por el café de las mañanas. La pandemia de nuestro tiempo, aparte de cosificarnos, esto es, convertirnos en cosas, objetos, nos está alejando de nuestra vida, puesto que, por defendernos de la muerte, dejamos de vivir en función propia y del otro.