Toneladas de tragedias

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Así le sucedió a Gabriel Consuegra el 12 de junio de 2005, quien estuvo detenido tres años en Cómbita y dos en una cárcel de Nueva York.

Por Néstor Pérez Gasca

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Existe una calificación disímil entre quienes cometen una misma conducta, sobre todo si intervienen personajes “nobles” o con “abolengo” y cualquier “plebeyo”. Es decir, cuando alguien de reconocido linaje comete un delito o una conducta deshonrosa se activan los eufemismos y a ese “mártir” lo preconizan como un sujeto con suerte adversa y aciaga. Esta clase de ciudadanos son los que se creen legitimados para dispárale a cualquiera que se les anteponga como lo hemos evidenciado. Lo llamativo del asunto es que automáticamente convierten el protagonista en una víctima -conducida por una pasión o por la fatalidad- con un desenlace funesto; al cual lo denominan como “tragedia”.

Por otra parte, está el delincuente del común, el que la sociedad repudia con ahínco, esta clase de delincuentes son los que más causan animadversión; por ejemplo, la “mula” pobre es una escoria para muchos, y debería aplicárseles todo el rigor de la ley sin ningún tipo de beneficio. A estos menesterosos se les niega cualquier clase de misericordia, y al no tener afamados ni adinerados dolientes, terminan siendo condenados al desprestigio mediático y con las puertas del éxito clausuradas.

Y la justicia Norteamericana le dio dos opciones: correr el riesgo de una condena de 20 años sin una buena defensa técnica, o declararse culpable del delito infundido.

Así le sucedió a Gabriel Consuegra el 12 de junio de 2005, quien estuvo detenido tres años en Cómbita y dos en una cárcel de Nueva York. ¡Y era inocente! Todo comenzó por un error en la judicialización que hizo la Dijín con agentes secretos de EE.UU. En una llamada que interceptaron, a don Gabriel le hicieron un pedido de plátanos, de “verdes”, y los que escucharon, dedujeron que se trataba de dólares o kilos de coca. Este es el caso de un ciudadano al que el Estado colombiano le fue indiferente. Nadie lo escuchó. Y la justicia Norteamericana le dio dos opciones: correr el riesgo de una condena de 20 años sin una buena defensa técnica, o declararse culpable del delito infundido.

Después, don Gabriel regreso a Colombia y demandó al Estado colombiano pero sus pretensiones no prosperaron. Ahora está muerto, murió en Barranquilla más pobre que cuando nació, creo que lo mato la tristeza de pagar una condena por un delito que nunca cometió, quizás le faltaron un poco menos de esos 150 mil dólares que al “pobre” hermano de la “Vice” si le afianzaron. Es posible que los delitos de los “Yupis” sean considerados por su círculo familiar como simples tropiezos derivados de la instrumentalización de la sociedad, como si la tragedia del pobre fuera distinta.

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