Buen viaje a la música eterna (in memoriam de Hernán Velasco Zea)

Mi abuela Beatriz, presa de la enfermedad de Alzheimer, quien frisaba ya 88 años, había perdido tras seis años de padecimientos, no solo su elocuencia habitual, sino que yacía postrada en una cama.

Por Andrés Óliver Ucrós y Licht

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Hernán Velasco Zea, alcalde encargado de la ciudad de Neiva décadas atrás por Rodrigo Lara Bonilla, socio de oficina de mi madre, llevó a casa de mi abuela materna en 2016 una ranita de barro, armada de guitarra y un sombrero de paja, alusión universal al folclor huilense.

Mi abuela Beatriz, presa de la enfermedad de Alzheimer, quien frisaba ya 88 años, había perdido tras seis años de padecimientos, no solo su elocuencia habitual, sino que yacía postrada en una cama -ya no repetía la pregunta, ¿dónde estoy-, pero aún nos enseñaba lecciones profundas: Cuando se pierden los recuerdos por EA, y con los últimos vestigios de la razón, la capacidad de hablar, lo único que le queda al ser humano es la música.

Con sus ojos azules, abiertos como dos océanos mirando al infinito, musitaba canciones que parecía leer en una partitura difusa.

Al sumergirme dentro de esos ojos sin fondo, tratando de sondearla, recordé los cantos compuestos por las ballenas para sus crías. Los ballenatos crecen y pueden recordar muy a pesar del dulce y fijo girar de las saetas, del cansancio del sol y del viento al dejar su huella en la epidermis de la arena, de la violencia pasmosa y abismal de los tifones, de la piedra burilada en la cópula del mar y su golpe que cincela, ese remanso de amor y cuidado colosal, convertido en una canción casi divina, capaz de atravesar kilómetros y kilómetros, hasta que toca su sensibilidad profunda, regresando a su llamado eficaz, como si las fibras esenciales de su ser fuesen pulsadas por Orfeo, para recordar no desde la memoria, sino desde el corazón, esa canción inolvidable. La esencia de nuestra conciencia parece ser emocional y subjetiva, no racional. Pobres de aquellos seres emocionalmente analfabetas que prescinden de ella.

Bandadas compuestas por cientos de pequeños loros me despertaron esa mañana calurosa en Neiva (uno de los verdaderos patrimonios de ese pueblo rudo y agropecuario, epicentro urbano de negocios rurales alrededor del arroz, del cacao, del café y de la ganadería), que busca hacer dormir con organofosforados al zancudo del dengue.

Cada pueblo, cada geografía, cada región del mundo tiene una vibración propia y única que solo ciertos seres inspirados pueden traducir en canciones que tocan el corazón de su pueblo, para convertirse en himnos universales. Y es más himno en ese sentido Al Sur de Jorge Villamil que el himno de Neiva o Cali Pachanguero del grupo Niche que el himno de Cali.

Así como solo España con su geografía puede ser la cuna de la bulería flamenca, de la sardana, de la sevillana y tiene su acento inconfundible, solo el Huila y el Tolima pueden producir en los remansos del río Magdalena y el silbido del viento que se extravía en el azul lejano de sus montañas, el sanjuanero, el bunde, la caña, el rajaleñas y otros géneros que nos identifican con un pasado común, una geografía y una historia, que aunque no la conozcamos por no ser cultos, la sentimos y la llevamos en la sangre.

Nosotros, somos producto del desarraigo. De migraciones de europeos aventureros y pobres, de segundones nobles y oportunistas, de judíos perseguidos por la Inquisición, de sus esclavos de origen africano y de nativos que nuestros mismos ancestros en ocasiones mataron en su “pacificación”, para convertirnos tras cuatro siglos de guerras y de entuertos, en lo que hoy somos. Y ahora, al arraigarnos, somos algo inusitado y nuevo, con el sistema sudanés de parentesco de Henry Morgan que el progresismo y el amor universal rompen; con la creatividad y la empatía que siempre dejan tonta a la razón más histérica que histórica. El mestizaje no es la suma de los factores que constituyen el producto, sino ese producto y algo más; algo único, con identidad propia.

Esa tarde, La Caña Número 1 de Jorge Villamil Cordovez pudo electrizar las fibras de mi ser universal como átomos que se organizan en el desarraigado, y sin tener conocimiento de su historia, supe que había una conexión estrecha y especial con esa música.

Al indagar sobre la canción y el género musical de la Caña durante esa tarde, me enteré que había sido un homenaje a mi abuelo Carlos Antonio Lis y sus parientes tolimenses de origen belga, español e indígena, que habían organizado con Villamil las primeras fiestas del folclor en Natagaima.

Las fiestas del San Juan fue donde confluyeron cantores del pueblo raso, como Cantalicio Rojas, un peluquero de oficio nacido en Colombia, Huila (antes Tolima) y radicado en Natagaima, quien junto a su compadre Luis Enrique Lis, recogían los chismes del pueblo y en tardes aguardienteras, los convertían en canciones. Igualmente lo hizo el Sapo Villoria con sus poemas. Jorge Villamil compuso esa canción para impulsar a Cantalicio a seguir escribiendo canciones dentro de ese nuevo género que había creado sin conocimientos musicales formales: La Caña.

Villamil era médico, Cantalicio no era un profesional en nada, pero musicalmente se reconocían como creadores.

Dejo con ustedes este homenaje a nuestras raíces que pude descubrir en YouTube unos años atrás, el LP de la no poco notable obra de Cantalicio, grande entre nuestros inspirados cultores del folklore y creadores de la identidad, regional, local, nacional y por ende universal:

https://www.youtube.com/watch?v=QW26tmk7mXs&t=152s

*El lunes 18 de marzo de los corrientes, falleció Hernán Velasco Zea, tras sufrir un accidente cerebral en la ciudad de Neiva. A todos sus amigos y familiares, nuestras más sentidas condolencias. Buen viaje a la música eterna, dilecto Hernán.

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